jueves, 21 de enero de 2010

1ª parte


Aún recuerdo cuando era un simple joven, cuya única preocupación era si aquella muchacha que veía todos los días en el tren, tan hermosa y llamativa, se fijase también en mí. Mi mayor temor era enseñarles a mis padres que solo había aprobado dos de mis ocho asignaturas y salir de marcha era el mayor de mis objetivos. Eran buenos tiempos.

Pero todo lo bueno tiene un final. Ahora me encuentro en esta sucia habitación de motel, mugrienta y pestilente, acostado sobre una cama que más que un lugar de descanso parece una mesa de tortura. Decido incorporarme y mirar por la ventana. Ya ha anochecido y la luna llena brilla en el cielo. La calle esta prácticamente desértica, a excepción de un borracho que apenas se sostiene de pie y una pareja de enamorados que se besan como si hoy fuese el ultimo día de su vida. Cierro los ojos y cientos de imágenes invaden mi mente. Pasado y presente aparecen ante mí, con pequeños flashes, pero, poco a poco, el nexo entre ambos, aquel momento que significo la muerte de mi pasado y el inicio de mi nuevo futuro, se va abriendo paso. Ahí estoy yo, hace cuatro años en un viaje con mis tres mejores amigos y unos compañeros del instituto. Eran las dos de la mañana y nuestros compañeros se habían ido a la cama. Pero la noche era joven aún. Nos fuimos a investigar la ciudad en busca de diversión. Nos cruzamos con dos muchachas que iban hablando y riendo entre ellas, algo borrachas. Estaban tremendas y hacían palidecer toda la calle. La de la izquierda era morena, con una mirada fría pero realmente atractiva. Iba enfundada en un traje de cuero que realzaba sus curvas y dejaba al descubierto brazos y ombligo. La de la derecha, pelirroja, tenía una mirada cálida y profunda, unos labios carnosos y jugosos. Vestía un vestido rojo sangre bastante escotado y que le llegaba hasta por encima de las rodillas. Fue imposible no observarlas al cruzarnos con ellas. Cuando la mirada de la pelirroja se cruzó con la mía un escalofrío recorrió mi cuerpo dejándome prácticamente inmóvil. Nos quedamos los cuatro viendo como esas diosas de la belleza se alejaban. Tenían un trasero perfecto. De repente se detuvieron y se volvieron, mirándonos. La morena sonrió pícaramente y nos indico con el índice y el corazón que las siguiéramos. No nos lo pensamos dos veces y las seguimos. Un poco mas adelante entraron en un Púb, que se encontraba a mano izquierda. Nosotros ni siquiera nos habíamos percatado de que estaba ahí cuando habíamos pasado anteriormente. Había un guardia a cada lado de la puerta. Medirían unos dos metros y casi podría jurar que uno de sus brazos tenia el grosor de mi cintura. Mas nos valía que dentro no tuviésemos problemas. No me apetecía tenerlos de enemigos. Nos pidieron los documentos de identidad. Era un problema. Solo la mitad de nosotros éramos mayores de edad. Pensábamos que nos íbamos a quedar sin estar con las dos jóvenes hasta que una de ellas salió y susurro algo al guardia. Este sonrió y nos dejó pasar. Tendríamos que haber sospechado algo pero nuestras mentes ya apenas razonaban, la imagen de las jóvenes ocupaban por completo nuestras sentidos. Cuando entramos nos sorprendimos. Era un lugar extraño, como no habíamos visto antes. Era bastante oscuro y las luces parpadeantes solo dejaban ver lo suficiente como para no chocar con la gente. En unas jaulas colgadas del techo, siete para ser exactos, bailaban las gogos de una manera realmente exótica y sensual. En los sofás veías gente de todo tipo, desde trajeada hasta en chándal, todos riendo. Avanzamos siguiendo a las jóvenes y cruzamos un pasillo totalmente oscuro llegando a una nueva sala. Se trataba de una especie de casino, aunque ilegal, eso estaba claro. En algunas esquinas, semiocultos en las sombras, individuos nos observaban con desconfianza. Se acercaron a la barra y se juntaron a dos amigas, una morena y otra castaña, tan sensuales como ellas. La castaña miró a uno de mis amigos. Vestía una blusa blanca y una minifalda vaquera. Se mordió el labio inferior lentamente y se acercó a la pelirroja, pasó su mano diestra por su cabello, suavemente, como una caricia, mientras con la izquierda le agarraba de la cintura, y la besó apasionadamente. Ya estábamos capturados. No había vuelta atrás. Éramos suyos. La primera morena se acercó a nosotros

-¿Una partidita de póquer?

¿Por qué no? No teníamos otra cosa que hacer.

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