jueves, 21 de enero de 2010

4ª parte

Miro la caja y veo el resto de dardos. Todo se vuelve negro. Por un momento me encuentro solo en la nada. Un resplandor me ciega por unos instantes. Cuando recupero la visión veo como cuatro jóvenes están arrodillados ante un hombre de unos treinta años, calvo, de mirada penetrante, enfundado en un traje de alta costura, que se hace llamar David. Reconozco a los cuatro jóvenes. Somos nosotros. Como ya dije antes todo tiene un precio. El nuestro fue ser contratados, por decirlo de alguna forma, como guardaespaldas, durante seis meses. Pero realmente éramos esclavos, basura, solo un escalón por encima de los insectos, y ese hombre un semidiós. Al principio solo hacíamos pequeños encargos y de vigilantes de sus discotecas, tapaderas del tráfico de droga. Pasaron los seis meses y cumplió su palabra. Nos dio la libertad. Nos pagó nuestros servicios con un poco de lo que parecía heroína de no ser por cierto color rojizo que poseía-es lo mejor que tengo, una jeringuilla para cada uno. Probadla y por unos instantes saboreareis el poder de los dioses-miré a mis compañeros y nos fuimos. Las palabras de David resonaban en mi cabeza y la curiosidad me invadía. Teníamos una larga noche hasta el día siguiente que cogeríamos el tren y decidimos probar lo que nos había dado nuestro exjefe. Lo habíamos visto muchas veces así que imitamos a esos yonkis que cada noche teníamos que sacar de las discotecas. Solo la probaríamos una vez así que no acabaríamos como ellos. Según el líquido entraba en mi organismo, un escalofrío de placer recorrió mi columna vertebral. En mi vida había sentido algo igual.

Miré a mis amigos. No era el único que me sentía más vivo que nunca. El éxtasis me daba energía, confianza, sentía que podía hacer lo que quisiera, ir donde quisiera, sin limitaciones, sin ataduras. Salimos del callejón en el que nos encontrábamos y fuimos a una discoteca próxima. Las luces parpadeantes, la música disco de fondo, las chicas bailando sensualmente, provocándome. Todo me incitaba, me liberaba más y más. Pero la droga hacía algo más. No solo nos daba confianza y energía, éramos como un imán, los camareros nos invitaban a las copas, las bailarinas nos hacían gestos para que fuésemos a bailar con ellas, las chicas se nos acercaban y hablaban con nosotros, como si fuésemos famosos. La noche era nuestra, todo nos pertenecía. Me puse a hablar con una muchacha que se me acercó, era agradable, normalita de cara, pero con un cuerpo de infarto. Vestía unos pantalones blancos ajustados y un top negro. No recuerdo de qué hablamos pero en cuestión de minutos la estaba besando. Mientras la besaba miré a mis amigos, y para sorpresa mía no era el único que desataba pasiones en el sexo opuesto. Solo Ithilias, cuyo rostro quedaba semioculto por un oscuro y largo cabello, se dio cuenta de que le miraba. Por un momento, fugaz, prácticamente inapreciable, me pareció ver que sus ojos se volvían rojos. Supuse que sería debido a las luces. Lo ignore. Un golpe en la espalda me separó de mi amante de esa noche. Noté como la ira me invadía.

-Sepárate de ella o te mato payaso-me dijo una voz tras de mí. Me giré. Ahí estaba, frente a mí, un joven de unos veinte años-es mía y como se te ocurra volver a tocarla, o mirarla, te arranco la cabeza.

Miré a la joven. No dijo nada, simplemente agachó la cabeza. Notaba mi corazón palpitando con fuerza en mi pecho, la ira de mi interior, reprimida, golpeaba mi mente. La dejé salir, estaba cansado de contenerla. Le golpee con fuerza en el rostro. Era un animal. No pensaba, solo golpeaba. Le tiré al suelo mientras le pegaba una y otra vez. De reojo veía a mis amigos viendo el espectáculo, disfrutando, sonriendo, animándome. Apenas se le reconocía ya, pero no podía, no quería parar. Era divertido, placentero, extasiante. Los guardias de seguridad se pusieron manos a la obra y vinieron para separarnos. No llegaron. Mis amigos les interceptaron y golpearon con violencia, insaciables. Nos mirábamos y reíamos, burlándonos de esos tipos que se habían pasado de la raya. Cuando acabamos, y nos levantamos, vimos nuestra obra de arte. Esos hombres ya no tenían rostro, en su lugar solo un montón de moratones y sangre. La música se había detenido, las luces estaban dadas y la gente nos miraba con temor.

-Vámonos. Esta discoteca no me gusta-dije a mis compañeros.

Según íbamos hacia la puerta, la gente se apartaba a nuestro paso. Salimos y vimos como un par de coches patrulla se acercaban, posiblemente les habrían dado la alarma de la noticia. Nos fuimos, no queríamos preguntas acerca de nuestra obra. Oímos una voz detrás de nosotros.

-Han sido esos que se van por ahí-dijo una voz femenina temblorosa.
Al escuchar esto nos metimos a un callejón próximo. Oímos pasos corriendo hacia nosotros y un poderoso golpe me tiró al suelo. Me toqué la cabeza y me miré la mano. Mi sangre la cubría. Estaba algo mareado.

-Tened cojones a hacernos lo mismo a nosotros cabrones-me decía una voz enfadada, furiosa.

Apreté con fuerza los puños. Una parte de mí quería controlarse pero otra deseaba la libertad. Me giré. Dos policías vinieron hacia nosotros con las porras en mano. Me dispuse a atacar. Lo hice demasiado lento. Nex corría ya hacía ellos. Nunca le había visto así. Golpeó al primero en el cuello y le dio una fuerte patada al segundo en la cara. Sus cuerpos cayeron inertes. Sentía como el subidón comenzaba a desaparecer lentamente. Observé los dos policías. Miré a mis amigos. No nos podíamos creer lo que habíamos hecho. Notaba como las primeras lágrimas comenzaban a resbalar por mi rostro.

-¡Vámonos!-gritó Nex con furia.

Salimos corriendo. Mi corazón palpitaba con fuerza en mi pecho, provocándome un gran dolor. El recuerdo de esos hombres machacados torturaba cada fibra de mi piel. Nos detuvimos en un túnel cercano. Me derrumbé. Mi respiración aceleró, caí al suelo, débil, sin fuerzas, en un mar de lágrimas. Cada uno de nosotros, a su manera, nos íbamos derrumbando, conscientes de lo que habíamos echo. No se cuanto tiempo estuvimos en ese estado de desolación. Por fin Ithilias dijo algo:

-Y ahora, ¿qué?

Todos sabíamos la respuesta aunque ninguno la quisimos decir. Estaba claro. Nuestra única posibilidad era David. Eran las ocho de la madrugada cuando llegamos al local principal de David. Los vigilantes nos conocían así que no tuvimos problema en llegar hasta el despacho de aquel al que buscábamos. Entramos con fuerza, bueno mas bien con rabia. El estaba ahí, tranquilo, con una sonrisa malévola en la cara.

-¡Eres un hijo de puta!-gritó Nex golpeando el escritorio que nos separaba de aquel semidiós-¿Sabes lo que tu jodida mierda nos ha hecho hacer?

No respondió. Solo sonreía. Una silla de madera pasó rozándome la cara hasta hacerse pedazos contra la pared de enfrente.

-¿Porqué cojones sonríes?-gritó Ócrio

David se levantó lentamente, le miré a los ojos y él hizo lo mismo conmigo. Intentaba buscar la lógica de su retorcida mente. Noté como alguien se situaba a mi derecha. Miré. Fue Ithilias que, al igual que yo, trataba de ocultar su ira hacia ese monstruo reservándola para un mejor momento.

-De qué me acusáis. Yo no os obligue a hacer nada. Eso fue decisión vuestra. Por cierto he visto fotos de vuestro poderío. Estoy sorprendido la verdad-Ócrio corrió hacia él para golpearle. Con una agilidad increíble, David pivotó sobre si mismo esquivando el golpe. Rió y le cogió del cuello levantándole un palmo del suelo. Ócrio agarraba la muñeca con sus manos, en un inútil intento de soltarse. Quise ayudarle, quería hacerlo, lo juro, pero el miedo me lo impedía.
-Si vuelves a cometer esa insolencia te mato, ¿vale?-tras decir esto le tiró hasta aterrizar a mis pies.

Ithilias y yo nos agachamos a socorrerle. Solo Nex quedó en pie desafiante. Atacó pero el resultado no fue mejor

-Cada día-comenzó a decir David-todos tomamos distintas decisiones. La mayoría son tonterías, pero otras, como la vuestra de hace unas horas, pueden cambiar nuestro destino. En unas horas vuestro rostro será conocido en todo España, vuestras familias y amigos os repudiaran, la vida tranquila con la que contabais se acabó. Puedo ayudaros. Haceros desaparecer. Esta noche no habrá existido. No seréis recordados como unos asesinos sino como unos héroes. Pero hay una condición, debéis cortar con todo aquello que os une a vuestro pasado, sin excepciones, y trabajar para mí. Por vuestros seres queridos no os preocupéis. De cara al mundo esta noche habréis muerto en manos de unos drogadictos por hacerles frente. ¿Irónico verdad?-sonrió-tenéis cinco minutos para decidir. Elegir con cautela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario